Camote
Sus pocos pelos armonizaban con su piel ajada producto de la enfermedad por la que hedía tal y como un callejero. Al menor contacto pensaba eran cariños, movía la cola y se las arreglaba para autoacariciarse la mayor cantidad de veces antes que el involuntario dador de afecto cambiara de posición. Con la mirada perdida, disfrutaba de su dosis de amor inesperado. Un poco de comida concretaría su mejor sueño, su estómago hizo eco y se alejó del banco de plaza y las esquivas caricias para escudriñar entre las basuras abandonadas al pie del poste y tratar de ejercitar las mandíbulas.
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